miércoles, 4 de mayo de 2011

Pater Familias

Hace ya muchos años un hombre nació en una casa de barro adornada con ollejos de uva. Patos, cerdos y una noria adornaban el exterior donde poco después comenzaría a jugar este niño, escondiéndose en las viñas, pescando pejerreyes o fumando cigarritos de polvorita que alarmarían al resto de los hermanos. Creció el niño en un lugar muy pobre, donde más de diez personas tenían que acomodarse entre las payasas y frazadas de lana; cuenta la historia que cuando tuvo su primer autito de juguete terminó destrozándolo, no se sabe si fue porque no entendía cómo jugar con él o porque no entendía cómo algunos regalaban como si nada un juguete.
Y así, se le pasó el tiempo para jugar, entró al colegio, entró también a trabajar. Nuestro pater familias perdió la infancia rapidito, de a poco los algodones se convirtieron en terrones y el mundo pasó de azul a gris. Cuentan que vendió sandías en una ramada, que fue mozo en una casa adinerada, que luego trasladó cajas tan pesadas como un ataúd para poder financiar su escuela técnica. Después, sé que hubo una gasolinera y al tiempo, con una esposa, una hija muerta y otra todavía bebé ingresó en el puesto más bajo a trabajar en una oficina olorosita. El tiempo pasó, nuestro pater familias aprendió las tareas bancarias y poco a poco se fue ganando un escritorio, una plaquita con su nombre y el cariño de muchos. Conoció nuevas ciudades, otros países gracias a su inmensa entrega laboral, premio a la atención al cliente le llamaban a esos viajes en avión.
Llegó un momento en que el pater familias mostró canas y se negó a estafar, por eso el jefe más grande quiso sacarlo. Y los otros jefes con título universitario que jugaban al tenis el fin de semana miraban feo al jefe en gestión operativa de una ciudad perdida en un valle. El apellido de uno de ellos era Mariconazo y su lamebotas se llamaba Hueón de Mierda. Pater familias intentó doblarle la mano al destino, lo intentó con mucha fuerza y mucho coraje, mas su gran corazón pesaba menos que un fajo de billetes -es que tienen tanto estos bancarios-. Pater familias, quien construyó su vida tejiendo esfuerzos y satisfacciones en torno al trabajo quizás tendría ahora que dejar su escritorio brilloso en la oficina alfombrada. Pero no importa, pater mío, en una de esas ocurrencias extrañas de la providencia esto no es más que un favor. Quizás podrás volver a la tierra con la que tanto te gustaba jugar, esa misma que aró tu pater familias, y ser radiantemente feliz como un atardecer de primavera en ese cerro con nombre de picapiedra y mujer. Brillante como tu frente gastada con los años.
Siempre serás el más grande para mí, no importa si usas terno y corbata o un overall para vender calugas en los buses, lo que siempre será infinitamente más valioso para mí es el ejemplo de esfuerzo y superación que me has entregado. Algún día quiero llegar tan lejos como tú.

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