miércoles, 1 de diciembre de 2010

Déjà vu déja me.

No cumplo con las expectativas, ni siquiera con las propias -que deberían ser más realistas, porque me conozco, mosco, hace ya 20 y algo de años-. Es raro cuando llega el final del año, el mes de diciembre, con sus trabajos y exámenes finales, rezándole al dios (profesor) de turno para que te deje pasar. Con dolor de guata, con insomnio (más tirado para el sueño cambiado no más), con 300 pelos menos cada día (en la cabeza, si fuera en otra parte, al menos, sería positivo) y con ojeras que rompen el récord del semestre anterior. Trae también fiestas de las que me arranco, no sé si por insensible o bien porque las siento demasiado, y los infames balances que nunca son equilibrados, o se considera solamente lo bueno, o cae el peso hacia el lado más turbio del año. Peor todavía, nunca aprendí a categorizar situaciones, por lo que las estrellitas de valor nunca significan lo mismo.
En un par de horas tengo una prueba por la que no siento gran interés, he estado pateando el estudio desde hace días (años, quizás), procrastinar que le llaman. Entre las horas sacando la vuelta, me reencontré con carpetas de añejas, que busqué a propósito por el puro gusto de ver amanecer otro día más, y quizás, dar una mala actuación en la pruebita esta que no debí haber pateado hace dos meses. Es que yo nunca aprendo, soy un disco que se repite a sí mismo cada vez que llega a la última canción, como un circuito de montaña rusa, que cuando finaliza el vertiginoso paseo, agarra fuerza para otra vuelta más.
Lo penoso, es que al lado mío va un compañero al que no he podido botar del carrito, por más que quiero (¿quiero?). A veces, me confunde porque cambia de apariencia, y una cree que viene algo nuevo, que la secuencia al fin cambió, pero no, es el mismo personaje con enredaderas por ojos y dientes de león por melena. Me pregunto, si del otro lado, yo también soy musgo o ya me convertí en ceniza de libros inconclusos en estanterías abandonadas. Cuando se corte la energía o un movimiento telúrico grado 2005 (quizás menos, 2004), en una de esas, recupero todo este tiempo invertido en moverme en círculos y dejo de ser una R-idícula.

Cuando yo me quise ir, se puso a llover y no pude salir de la casa. Desde ese día, estoy pegada en una pared esperando el momento que, en último caso, abran la ventana y yo me pueda escapar.