En un par de horas tengo una prueba por la que no siento gran interés, he estado pateando el estudio desde hace días (años, quizás), procrastinar que le llaman. Entre las horas sacando la vuelta, me reencontré con carpetas de añejas, que busqué a propósito por el puro gusto de ver amanecer otro día más, y quizás, dar una mala actuación en la pruebita esta que no debí haber pateado hace dos meses. Es que yo nunca aprendo, soy un disco que se repite a sí mismo cada vez que llega a la última canción, como un circuito de montaña rusa, que cuando finaliza el vertiginoso paseo, agarra fuerza para otra vuelta más.
Lo penoso, es que al lado mío va un compañero al que no he podido botar del carrito, por más que quiero (¿quiero?). A veces, me confunde porque cambia de apariencia, y una cree que viene algo nuevo, que la secuencia al fin cambió, pero no, es el mismo personaje con enredaderas por ojos y dientes de león por melena. Me pregunto, si del otro lado, yo también soy musgo o ya me convertí en ceniza de libros inconclusos en estanterías abandonadas. Cuando se corte la energía o un movimiento telúrico grado 2005 (quizás menos, 2004), en una de esas, recupero todo este tiempo invertido en moverme en círculos y dejo de ser una R-idícula.
Cuando yo me quise ir, se puso a llover y no pude salir de la casa. Desde ese día, estoy pegada en una pared esperando el momento que, en último caso, abran la ventana y yo me pueda escapar.
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